CONFIESO QUE HE FUMADO

POR GERMÁN ÁVILA

En pasados días en Bogotá se expidió un decreto que prohíbe fumar en establecimientos públicos, no es posible tampoco tener un lugar reservado a fumadores en estos y penaliza hasta con $461.000.000 los lugares que permitan fumadores “ejerciendo” en su interior; indiscutiblemente otras administraciones no demoran en fotocopiar el articulado como ha ocurrido con horas zanahorias, picos y placas y tantas otras yerbas.

Los argumentos esgrimidos con vehemencia tienen que ver con la salud pública de los consumidores de cigarrillo y de los que no lo son; es una medida que dice apuntar hacia el interés general, para evitar lo que en el mundo de la ciencia del comportamiento se llamarían una especie de “conductas invasivas” hacia los no fumadores.

Ahora me permito hablar en primera persona; durante varios años fui fumador asiduo, en este momento soy fumador ocasional y las pocas ocasiones en que fumo lo disfruto inmensamente, creo firmemente que es una cuestión de congruencia moral de cada uno el disfrutar sus vicios, sí, aún sabiendo que son perjudiciales (lo cual a mi manera de ver es una misma cosa, pues no conozco el primer vicio catalogado como tal que llegue a ser benéfico); no peco de ignorancia frente al tabaquismo, se cual es el proceso con que se elabora el cigarrillo, sus compuestos químicos, el recorrido del humo dentro del cuerpo y sus consecuencias en la salud a nivel general, he visto como terminan los pulmones de un adicto al cigarrillo y cuanta cosa se ha inventado para evitar al son del miedo que las personas sigan fumando o empiecen a fumar, no critico a los que cada que prenden un cigarrillo exhalan la primera bocanada de humo diciendo “ay no, tengo que dejar de fumar”, pero no estoy entre ellos ni rebajé mi consumo de tabaco por eso.

Si la idea es reducir el número de fumadores, pues considero que se está haciendo un pésimo papel y esta medida no creo que marque una gran diferencia, cada vez es mas común ver niños con uniforme de colegio fumando en la calle o en cualquier parque, un estado que fomenta una obsesión delirante por los prototipos mediante la publicidad y se encarga de alentar las grandes industrias para que participen de los mercados locales (la del tabaco es una de las mas grandes del mundo), siento que no queda muy bien al generar prohibiciones de ese calibre, las comparaciones con las grandes ciudades del mundo están de mas, aquí tenemos nuestra propia cultura, o por lo menos nuestra propia manera de deformarla y ese complejo de querer hacer todo lo que hacen en otras partes no tiene en cuenta lo que nos es propio.

El tabaquismo debe asumirse en conjunto, sin pensar que prohibiendo los estornudos se erradicará la gripa, la educación debe orientarse basándose mas en el diálogo con los jóvenes que en fomentar miedos y atizar prohibiciones (pues el adagio que afirma que lo mas prohibido es lo mas deseado es tan antiguo como cierto); la prevención del tabaquismo es una cuestión de salud mental pública, de ética de quienes producen y comercian (que es mas complicado de resolver que la salud mental pública), un asunto de familias y no solo de adolescentes.

Definitivamente el dinosaurio fumador de hace unos años perdió su tiempo, el aumento del tabaquismo sigue siendo vertiginoso, y el que la Philip Morris haya comprado Coltabaco revela que el negocio va bien, entonces la cuestión de la salud pública no es un argumento de peso para una decisión de esas y eso sin mencionar que serían decretos mas saludables los que eviten que las personas se mueran en las puertas de los hospitales mientras les preguntan ¿subsidiado o contributivo? o que haya gente que fuma porque es lo único que le calma el hambre, así esté científicamente comprobado que el cigarrillo no calma ni hambre, ni frio, ni calor, pero si a alguien que no tiene trabajo y no tiene para almorzar le funciona ahí no hay ciencia que valga.

Los seres humanos somos por naturaleza gregarios, la vida en sociedad se hace fundamental para la subsistencia, y dentro de ese marco social cabe todo lo que ha llegado a ser y hacer la especie humana, dentro de lo cual caben esas “conductas invasivas”, muchos desearían que se prohibiese todo lo que les molesta y si tuvieran la potestad de hacerlo sin duda lo harían, prohibirían malos olores corporales en espacios públicos, vecinos ruidosos, niños gritones, religiones en oferta, borrachos abusivos y fastidiosos y otras tantas cosas; o qué mas invasivo que las toneladas de basura arrojadas a los ríos o el tráfico de las ciudades como solo dos ejemplos.

Considero que si el ser humano se ufana de su capacidad de comunicación que a su vez le diferencia de los animales, también debe acudir a ella para definir este tipo de incomodidades, no hay nada que supere una buena comunicación entre seres civilizados, pero muchas veces preferimos pedir que saquen a alguien de un lugar que comunicarnos con él, así como hay personas que responden de la peor manera ante un reclamo así sea hecho cordialmente; pero en vez de impulsar la comunicación, decretos de este tipo fomentan la marginalidad y atropellan el derecho a la igualdad de las personas en un país que se aproxima peligrosamente a que sea obligatorio todo lo que no está prohibido.

No estoy impulsando a quienes no fuman para que lo hagan ni comparto la defensa de los derechos de los fumadores que se hacen con concentraciones de tabacos prendidos, solo apelo al respeto de las decisiones individuales y considero que hay formas de conciliar diferencias menos “invasivas” con las personas que tenemos claras nuestras costumbres y el porqué de ellas, no me avergüenza ser fumador ni pienso que este decreto me ayude a dejar de hacer algo que no quiero dejar de hacer o fomente mi respeto por los demás, en cambio si me siento agredido por él y exijo que se derogue o se modifique teniendo en cuenta a los fumadores.